Sobre los “golpes”-mayo 2016
En abril de 2015
escribíamos:
Desde hace
tiempo se dan discusiones sobre los llamados “golpes blandos”. Se recrea este
debate, en algunos sectores, a partir de la “desestabilización” al gobierno
argentino en función del “caso Nisman” y las
maniobras con el dólar. Se afirma que los golpes no son como antaño, a
través de las FFAA, sino con mecanismos de desestabilización que persiguen
fines “destituyentes”. Sectores de la izquierda “revolucionaria” se suman y lo
repiten. En artículos de la prensa de los partidos de izquierda se debate sobre
las perspectivas de un “golpe” contra el gobierno encabezado por Cristina
Fernández.
Los golpes de
Estado siempre expresaron cambios en las relaciones de fuerzas entre las
clases. Siempre fueron dirigidos contra el movimiento obrero, su organización,
su movilización. Implican cambios sustanciales en el régimen político.El
golpe de 1976 en Argentina no tuvo como objetivo a la Presidenta, sino aplastar
al movimiento obrero, su vanguardia, sus organizaciones.
En el
denominado “golpe blando”( cuando se realiza un juicio político , o en el caso
en que un vicepresidente asume el cargo de presidente) se trata de situaciones
en las que no hay un cambio de régimen político.
Cual debe
ser la posición de los revolucionarios? En los casos de golpes de estado,
siempre llamamos a la más amplia unidad de acción para enfrentarlos. En el
sentido de lo que señalamos anteriormente, explicamos: nosotros, que no
apoyamos al gobierno, que siempre enfrentamos a los gobiernos burgueses, llamamos
a una amplia unidad de acción en defensa de las libertades democráticas y de
las organizaciones de las masas. En el caso de los denominados “golpes
blandos”, entramos en un terreno de variantes tácticas, sin la importancia
decisiva de los golpes de estado ( los golpes “en serio”).Siempre determinamos
por el interés y las necesidades de la clase obrera y sus organizaciones. Puede
tratarse de un enfrentamiento entre sectores burgueses en el cual uno de ellos
pretende avanzar a un curso bonapartista, allí pesará más el llamado a la
movilización para enfrentar los ataques bonapartistas reaccionarios. Puede ser
un enfrentamiento por roces burgueses, sin mayores consecuencias en el régimen,
allí primará la no intervención y la denuncia. Por ejemplo, no debe ser una
política de los revolucionarios: “Que el presidente termine su mandato”. No
entramos en el institucionalismo burgués, ni llamamos a respetarlo. Para nosotros la divisoria de aguas es si
está en juego un cambio de régimen institucional, si nos enfrentamos a la
alternativa de un régimen de democracia burguesa frente a un golpe que adelanta
un régimen contrarrevolucionario.
( Este punto
de no entrar en los manejos del régimen nos recuerda a la polémica en Argentina
sobre la posición a tomar cuando las elecciones a presidente se definían por el
mecanismo de Colegio Electoral. Se planteaba la posibilidad de que, frente a la
elección indirecta de presidente, acordaran entre sí los representantes de la
segunda y tercera fuerza y no consagraran presidente al candidato más votado. En
su momento, rechazamos la posición de P.O., que planteaba que, en última
instancia, si la definición en el Colegio Electoral dependiera del voto de un eventual
representante de los revolucionarios, se debía apoyar al candidato más votado
para evitar una maniobra antidemocrática, que burlara el resultado electoral
mayoritario. Rechazamos esa posición, reafirmando que solo votamos a nuestros
candidatos. Si las divisiones burguesas llevan a la crisis o a la parálisis
a sus instituciones, no es nuestra tarea destrabarlas. Al contrario.)
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Abril 2016 –
frente al juicio político en Brasil
Ante el
juicio político en Brasil, se abrió un abanico de posiciones entre las
organizaciones de izquierda. Una vez más, aparece la definición de “golpe
institucional”. La propia denominación nos está hablando de que nos
encontramos dentro de los marcos del régimen democrático burgués, dentro de las
instituciones. Un golpe de Estado se da abruptamente, no se desarrolla
durante todo un período a través de votaciones . Un golpe cambia y voltea
instituciones, no se hace “institucionalmente”. Si se da un cambio de
presidente a través de un juicio político o algún proceso similar, no es un
golpe. Esa definición la utilizan los defensores del presidente enjuiciado,
pero no los marxistas revolucionarios. Son fenómenos con diferencias
cualitativas para el movimiento obrero y de masas y sus organizaciones.
Para los
revolucionarios, la categoría de golpe de Estado remite a un cambio de régimen
institucional, con consecuencias directas y cualitativas en las libertades y en
el mecanismo de la democracia burguesa.
Los que
hablan de “golpe” hacen centro en las características del gobierno y su plan
económico, no en lo institucional. Hablan de un gobierno “más ajustador”. Un
golpe de estado no se define por la sustitución de un presidente por otro que
aplique un plan ”más ajustador”, insistimos, sino por un cambio en el régimen
institucional del estado, a través del cual se ejerce el domino por parte del
Estado burgués.
Más aun,
esas organizaciones nunca habían mencionado, y menos explicado, las diferencias
tan sustanciales entre el PT y sus oponentes de “la derecha” (las dos fórmulas eran
Rousseff-Temer vs. Neves-Nunes). Como tampoco lo hicieron en Argentina con
“Scioli o Macri”; no señalaban diferencias: todos eran “ajustadores”. Nunca
hablaron de la “derecha” conformada por el “partido judicial”, o los
“monopolios de comunicación”. Nunca se detuvieron a explicar y denunciar al
sector concentrado de la burguesía, agente directo del imperialismo, que actúa
desde hace mucho tiempo; recién ahora lo mencionan, o lo “descubren”, como “la
derecha golpista”. Hace tiempo que el castro-chavismo y sus seguidores vienen
denunciando a ese bloque y su política pro-imperialista. Las corrientes de
izquierda simplemente lo ignoraron, nunca tuvieron una definición y una
política ante ello. ( En el caso de Argentina, más aun, como parte de izquierda
del anti-kirchnerismo, en muchas oportunidades hicieron seguidismo a “la
derecha”, sobre todo en sus expresiones
“judiciales” y “mediáticas”, llegando a extremos como en el “caso Nisman”).
Si pretenden
utilizar el término de “golpe”, como mínimo debieran hacer una clara explicación
y una diferenciación contundente con los golpes de estado clásicos y sus
cambios a regímenes contrarrevolucionarios. En cambio, contribuyen a la justificación
de los reformistas y castro-chavistas, que siempre defienden a los
gobiernos “progresistas” que son
perseguidos y desestabilizados, y que son víctimas de “los golpes de la derecha imperialista” ( la única
diferencia, afirman, es que ahora no son
protagonizados por las FFAA). En este marco, para seguir agregando confusión y
distorsiones, encontramos entre los agrupamientos sedicentes trotskistas que
denuncian “golpe de estado” en Brasil que han publicado artículos utilizando las
caracterizaciones y las políticas que Trotsky desarrolló en la década del ´30,
nada menos que para enfrentar al nazismo en Alemania. Ni los
castro-chavistas ni los “progresistas” llegaron al extremo de semejante
analogía.
Y lo más grave pasa por su práctica concreta y la
falta de consecuencia con sus caracterizaciones. Mientras repiten una y otra
vez “golpe derechista” no llevan
adelante una política revolucionaria contra un golpe. No encaran una política
de amplia unidad de acción y movilización de todos los sectores del campo
anti-golpista, ni de acciones unitarias
sistemáticas. Su política de supuesta “lucha consecuente contra el
golpe” se limita a realizar denuncias y propaganda, como declaraciones de
parlamentarios, o la realización de actos de su propia organización. Esa no es
la política revolucionaria frente a un golpe real, que debe tener como centro
ordenador ser los primeros en la movilización y las acciones unitarias contra
el golpe.
No es
posible encarar discusiones serias sobre las caracterizaciones y las políticas,
si no partimos de definir que estamos frente a nueva etapa histórica. Es
necesario estudiar y aprender de los procesos de la lucha de clases. Se ha dado
una transformación con respecto a la historia de los golpes de estado que
tuvieron lugar, sistemáticamente, durante décadas, para enfrentar ascensos
obreros, para dirimir enfrentamientos burgueses en cuanto a su relación con el
imperialismo, o para definir la forma de enfrentar al movimiento de masas.
Nunca
antes, en la
historia argentina y americana, se dio esta continuidad de varias décadas de régimen
democrático burgués. En este marco, grandes crisis ( entre ellas el colapso de 2001 en
Argentina, el ascenso revolucionario boliviano de 2003) se procesaron en el
marco de las instituciones del régimen democrático burgués. En este sentido, es
necesario ajustar las herramientas de definiciones y de respuestas políticas y
programáticas ante lo ocurrido en estos años: estos procesos de
“desestabilización”, de enfrentamientos burgueses y choques entre sectores que
derivan en los cambios que se han denominado “golpe blando”, que, insistimos,
no implican un cambio de régimen. Esos enfrentamientos entre los sectores
burgueses expresan principalmente la definición de su relación con el
imperialismo y la ubicación de cada burguesía y su país en el marco regional y
mundial. Asimismo, expresan las diferencias en lo que hace a su vinculación con
las masas: el grado de concesiones y el carácter más o menos bonapartista de
los gobiernos, por ejemplo cuando los principales sectores burgueses plantean
que ya no aceptan más gobiernos bonapartistas que hacen concesiones a las
masas.
Ante estos
enfrentamientos, caemos en un error sectario si los ignoramos. Como ya
mencionamos, las organizaciones que hoy descubren a “la derecha” no hicieron
ninguna diferenciación en estos años, ignoraron al imperialismo y sus agentes
directos en la región, a las grandes empresas de comunicación ( los “medios”),
el rol del poder Judicial. Esa denuncia la dejaron en manos del
castro-chavismo, del PT, del kirchnerismo.
Por otro lado, una política revolucionaria
correcta evita el bandazo opuesto, que es encarar estos llamados “golpes
blandos” con las caracterizaciones de los clásicos golpes de estado, que volteaban
regímenes democrático-burgueses para reemplazarlos por otros contrarrevolucionarios. Es un error
encarar con la política clásica de lucha contra los golpes militares o
fascistas a estos enfrentamientos que derivan en juicios políticos u otros
mecanismos legales internos al régimen. Significa ceder a la presión del
régimen burgués y entrar en el terreno
del régimen.